6 de abril de 2014

Las 19h. Hora Bruja

Hay días en los que es mejor quedarse en boxes. No sabes cómo ni cuando llegan, no se planifican, no se programan. Pero son necesarios. Llegan, sin avisar y sin tener muy claro por qué, te obligan a parar.
Te preguntas qué es lo que te falta. Respiras, escuchas música, una serie. Procrastinas. Pero llega y sabes que ahí esta a la espera. El momento preciso, la chispa adecuada. Echar la vista atrás y ver lo sucedido en perspectiva. Las sonrisas. Los errores, los errores, ¡los errores!. No se aprende de los éxitos, ni las palmaditas en la espalda te cuestionarán jamás.

Adoro los errores, esos ¡zas! que te crujen y dejan tambaleando tus principios. No así mi orgullo ni mi ego. Para ser más precisos, debería admitir que aprecio los procesos que se generan alrededor de los fracasos. Tan necesarios los fracasos... se ven venir, te puedes preparar pero nunca del todo. Y todo se nubla, se ofusca, se embadurna. Pero algo activan y te ponen en marcha. Será esa parte obsesiva que te hace tener presentes ciertos momentos, personas y frases en el trasfondo de la memoria. Un "run-run" en la parte trasera y baja de tu cabeza que no va a dejar ir una idea: ese concepto de mejora continua. La preparación al cambio.

Es como esas cajas que guardas al fondo del armario. Están ahí y lo sabes aunque no les prestes demasiada atención. Aunque quieras disimular, eres consciente de su presencia. Pero tienes que abrirlas de cuando en cuando. Aunque sea un abrir simbólico. Un dejar fluir los recuerdos, el dolor, las caras, las personas que se filtran entre los espacios y los caracteres y que dan un cierto sentido a un texto caótico.

Escritura libre, sin un objetivo concreto; cementada con los retazos de unas lágrimas no derramadas. Paras. Borras una palabra y la cambias por otra más elaborada. Terminas la frase de una manera cuasi-poética. Estas centrando tu atención en la estética, la sonoridad. Ya pensarás luego cómo cerrarás y darás sentido a esta sopa de letras.

Emails, conversaciones de bar con regusto amargo, una predicción que tristemente se cumple... cabos sin atar, como frases sueltas salteando un texto que sólo tiene sentido en tu cabeza. Y los cambios. Pero, ¿qué cambia? ¿Cambias tú o cambia tu entorno? Sabes que hay temas y personas que querrías afrontar, que el cansancio no ayuda y últimamente te preocupa en exceso. "Cuídate y que te cuiden", pero... ¿quién te cuida? No tienes tan claro que hayas permitido a nadie entrar a esa zona. "Permitir"... curiosa elección. A lo mejor es que no has conseguido ganarte a nadie (más). Alguna conversación ha habido, alguna sonrisa que te ha dado optimismo. Es posible y lo sabes. También sabes que no te puedes escudar en un sólo cambio, que es parte de un proceso.

Más allá de lo que muestres o comuniques, te quieres perdonar, pero no a toda costa.Tú elegiste no tener cerca a la gente importante en todo momento. Esa gente y ese estatus no lo determina la cantidad de tiempo dedicado y compartido. La diferencia estriba en la calidad de los momentos. La calidad se busca, a veces surge de manera espontánea, otras es un acto compartido. Y sobre todo es muy, muy relativa. No conseguirás que todo el mundo vea inmediatamente lo que percibes en otra gente. Y esto te frustra. No te parece lógico que la gente brillante no se reconozca mútuamente. Pero así es. Al igual que tú no eres brillante sino mediocre a ojos de muchos otros.

¿Y bien? ¿qué le vas a hacer? Pese a tu mente cuadriculada y cierta tendencia controladora, nunca llueve a gusto de todos. Y mira que podrías reír un rato largo del gran sarcasmo en que se convierte la vida a veces. Y pese a todas estas pajas mentales consideras sin duda alguna que estás bien. Genial. Sabes que podría ser mejor pero no te faltan motivos ni gente para reír ni sonreír. No están todos, ni lo estarán nunca. Y tienes suerte, una suerte inmensa que si piensas en términos globales, no te mereces.
"Uso demasiado las repeticiones y enumeraciones" - piensas - y quizá no sea más que un intento de hacer pervivir lo positivo y recodar lo mucho que te queda por leer, aprender y escuchar. "Quizá" - o tal vez no sea más que una herencia estilística de alguien que no escribe lo suficiente como para elaborar su propia firma no rubricada.

Y para colmo, te acabas de citar en primera persona. Puede que el tratar de acercarte a quienes te importan te haya hecho adoptar, esperemos que temporalmente, unas cualidades cuando menos discutibles. Pensabas que la egolatría no estaba en tu diccionario pero ¿qué es si no, esto que escribes? ¿A dónde vas a parar si no respiras, cuentas hasta diez y te ves, tal y como haces con el resto de situaciones, desde cierta distancia? No es la primera vez que el espejo te refleja algo parecido, un exceso de "yo" en el discurso que no has conseguido despejar de la ecuación. Eres cabezota, eres orgulloso y puedes llegar a ser un chulo... y en parte, recientemente, no dejas de pensar que ese exceso de "yo" es el otro plato de la balanza. Una construcción que se articula en torno a cierta obsesión por equilibrar dicho peso con una medida alternativa del "tú" construida con bastante precisión. Lo que pasa es que, como en todas las balanzas, el equilibrio no es constante y a veces una de las partes coge más peso aparente.

"Has hecho lo que deberías?" No siempre, pero me lo recuerdo con cuarto y mitad de muchos "tú" que casualmente hacen un "vosotros" y que son los que cierran la circunferencia. Y creo que este puede ser un gran recordatorio para alguien a quien le parecen importantes las palabras, le pesan los silencios y trata de cubrir la distancia con tinta.

La hora bruja, ese momento en que el día y la noche se acarician las yemas de los dedos para pasarse un testigo inexistente, toca a su fin tras más de sesenta minutos dedicados a divagar sin rumbo fijo en las profundidades de las vivencias. Sin un cierre claro, sin grandes alardes líricos y con alguna que otra licencia se hace necesario buscar esa hora en la que no se alinean las condiciones necesarias para autojustificar una ausencia de actividad, pero se rompe la ausencia y el silencio para tratar de plasmar un sentimiento, una sensación... una intuición ciertamente positiva.

Un recordatorio de que no todo es el aquí y ahora sino todo lo contrario; que el día a día esta compuesto de muchos nombres que merecen ser recordados y que cada cual, en sí mismo, requiere un esfuerzo único por entender, comprender y construir. Por esos nombres, por vosotros.

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